jueves, 6 de octubre de 2011

Iniciar el viaje



Guarrior Girl

Iniciar el viaje


Por Xispilla

 

Querides lectores, me refiero a usted bella damita, bella loquita, guapo caballero y apelo a todos aquellos que no se incluyan como él o ella o que oscilen en estos intermedios. Esta ocasión le invito a que reflexionemos juntes casi de la mano sobre la idea del viaje. ¿Alguna vez ha usted viajado?

Seguramente me dirá que sí, creo que todos hemos ido de visita al Puerto de Veracruz, a comer tlayudas a Oaxaca, nos han llevado obligatoriamente al mar de Acapulco, hemos realizado algún viaje al Defe por algún tipo de tramite burocrático y centralista, o por lo menos a un concierto. Si no se siente apelado por estas respuestas, usted al menos ha viajado en la ruta _______ (ahí el nombre de la que usted recurrentemente use), seguramente ha viajado en auto. No digo tren porque eso ya forma parte de nuestro pasado, a menos que halla tenido el gusto de viajar por el norte del país en aquel maravilloso vehículo de transporte. Y qué decir de viajar en avión, que se sabe lo elevado de los costos… Disculpe usted, se me viene a la mente la imagen de la india María en aquella travesía subjetiva de “el miedo no anda en burro” y en el cartel ella montada en el burro.

Tendremos que hacer justicia y hablar de los diversos viajes que une puede emprender. No es lo mismo viajar como turista nervioso y ver todo aquello que el itinerario de la guía de turistas demanda, a realizar un propio itinerario a lugares específicamente localizados. No es lo mismo ir al ritmo de la agencia de viajes que al propio. Son maneras diferentes de conocer otros lugares. Cada uno parece tener un objetivo distinto: el primero, conocer y vivenciar en carne propia una parte de la historia que fundamente una ciudad, generalmente en espacios arquitectónicos o a través de la gastronomía. El segundo itinerario tiene que ver con otras necesidades, otros deseos menos programados, quizá. Usted se compra un ticket porque tiene que ir a hacer algo específico a otro lugar. Tiene que ir a estudiar, por ejemplo; a dar una charla-ponencia; a ver a sus viejos amigos al encuentro de la presencia corpórea. El objetivo entonces no es explícitamente ir a conocer algo, sino conocer todo aquello del turismo pero circundándolo.

Hacer un viaje que no está en los parámetros del turista (boleto ida y vuelta, tiempos esclarecidos en torno a las actividades qué realizar, al dinero para gastar, etc.) supone como proceso el poner en juego la propia identidad. Y esto amigues míos es un detonarse a sí mismo, casi sin saber los resultados, solo impulsados por el deseo. Imagínese todo lo que supone decidir cambiar de país, eso en una conciencia muy clara. Haga usted conmigo el ejercicio de imaginar-se dejando todo lo que ahora posee, lo que ha logrado conseguir con el esfuerzo de su trabajo, de sus progresos, de su economía, sus amistades e incluso sus amores, desde el novie hasta la familia, les hermanes, les amigues. ¿Lo haría? Estaría dispuesto a dejar su auto, a cancelar los meses sin intereses de la televisión de plasma de chingocientas pulgadas, dejar de vestir ropita de la aquella marca que ya se imaginó y tanto le gusta, dejar el hábito de comer en ese lugar que tanto le encanta, dejar de comer esa comida que está marcada ya en su genética, vivir sin tortillitas, sin frijolitos, sin las tortas de agua…. ¡¡¡Ajá!!! ¿A que no es fácil? Vea usted como hay de viajes a viajes. El viaje que por fin termina y uno dice: ¡ay por fin a casita! O el típico y entrañable hogar dulce hogar. Pero hay viajes que se prolongan, en donde el hogar dulce hogar debe estar contenido en la maleta para podérselo inventar como decía Cerati (tiró una lagrimita por él): donde estemos juntos será nuestro hogar.

Ayer, pasada la hora de la bruja, es decir, las doce de la noche, recibí la llamada de mi amiga la Güerita que entre lágrimas se comunicaba con monosílabos entrecortados. Ella, una guapísima y educada catalana que esta a punto de iniciar el viaje. Ayer sufrió el ataque de pánico que a cualquiera nos da antes de iniciar hacia un camino tan nuevo, tan desconocido, tan expectante. El acto simbólico que comprende poner en cajitas la vida pasada puede resultar una verdadera putada. El desmontaje de la escenografía que ha configurado nuestros días, la certidumbre que da saber que al abrir un cajón se encontrará lo que se busca. Este acto simbólico de des-montar la casa implica un desmontarse a sí mismo.

Pongámoslo de este modo, ¿alguna vez usted abrió la radio, el estereo, la licuadora o algún objeto electrodoméstico? Una forma de investigar de qué modo las cosas funcionan, encontrar una lógica a ese objeto su función y su funcionamiento. Imagínese que ese electrodoméstico es usted… a mi particularmente me gustaría ser la batidora, en esa forma curveada y la candela que se le puede meter para mezclar las cosas… vuelvo. El desmontar la propia casa, habitación, el espacio vital conlleva a desmontarse uno mismo, a encontrar piezas que han conformado lo que somos, lo que hemos decidido ser o que nos ha tocado ser sin nuestro consentimiento. Los objetos ya están impregnados de recuerdos, de anécdotas, de historias secretas; objetos que habrá que hacer a un lado, quitarlos de la vista, desprenderse de ellos. Y a veces pueden desaparecer en el trayecto de la mudanza, se pueden perder. Esto es lo que más arde. Si era un objeto que no teníamos en cuenta, que ya no pasa por la memoria la pérdida es menor, pero si es algo de suma importancia, entonces la pérdida se convierte en grave. Esta metáfora sirve para pensar en aquello que dejamos y que perderemos inevitablemente frente a un cambio, al hacer un viaje que implica no saber cuándo será la vuelta.

Como parte del posgrado en Cultura Visual que cursé hace unos años en Barcelona, la lectura del libro de Rosi Braidotti Sujetos nómades era parte importante para el curso, en mi caso para la vida misma. Y por tanto, me permito recomendárselo a usted, a reserva que le pueda dar asco, que le aburra o simplemente no le interese. Con la autora, una post-feminista y encantadora mujer me inicié en el contradictorio terreno del feminismo. En este libro la autora propone el concepto de nomadismo como una conciencia crítica que se resiste a establecerse en los modos socialmente codificados de pensamiento y conducta. Una invitación a desmontarnos nosotres mismes, a sacar los trapitos al sol, o nuestras cajitas, acto que siempre deviene de hacer equipaje, de seleccionar qué cosas se quedan, qué cosas llevar, qué cosas son más importantes por el valor simbólico, qué sí cabe en la maleta y qué definitivamente no.

Doña Rosita apunta que “no todos los nómades son viajeros del mundo; algunos de los viajes más importantes pueden ocurrir sin que uno se aparte físicamente de su hábitat”. Por lo que el estado nómade refiere a la subversión de las convenciones establecidas y no solo al acto literal de viajar.

Ser nómade consiste en no adoptar ningún tipo de identidad como permanente. Dice Rosita: el nómade solo está de paso. Lo refuerza Iggy Pop: I´m a passenger and i ride and i ride. Los desplazamientos propuestos por esta autora como nómade habilitan un estilo creativo de transformación en la que encuentros e interacciones de experiencias producen conocimientos insospechados que desde nuestro lugar confortable difícilmente tendrían lugar.

Le invito queride lectore a que se invente desplazamientos nómades y se sorprenda de lo que usted es, dejo de ser, o no se imaginaba que podría ser. Yo dejo este texto y voy a echarle el cable, como se dice por aquí, a mi amiga. Y cierro con este pensamiento: una camarera china que no habla nada de castellano y que se gana la vida por esta ciudad. Un tendero de Pakistán que sabe hablar catalán y que ya conoce a sus clientes. Hay que abogar por los tránsitos, ver más mundo, salir de nuestras cajitas estructuradas-estructurantes. Hay un mundo entero allá afuera, hay que dejarse afectar. Nos vemos a la vuelta.

 

Contacto humano: chispillatronik@yahoo.com

Puede pasarse por: www.chispillatronik.blogspot

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