jueves, 1 de diciembre de 2011

Experimentos genético-musicales con Philippe Katerine



Cocorico

Experimentos genético-musicales con Philippe Katerine

Alonso Fragua

¿Alguna vez se han preguntado qué surgiría de la mezcla de Marilyn Manson y “Weird” Al Yankovic? Estoy seguro que jamás se lo habían planteado, lo mismo que tampoco habían escuchado sobre el posible resultado de ese experimento genético-musical. Su nombre es Philippe Katerine, compositor, cantante, actor y cineasta, amén de profesor de gimnasia de primaria, proyeccionista de cine rural itinerante y empleado de la armadora de autos Citroën. Todo un estuche de monerías, sin duda.

Así como Manson y Yankovic, este artista es un gusto adquirido, un excéntrico que no agrada a cualquiera. En cuestión de géneros ha transitado de la electrónica al rock, pasando por el llamado easy-listening, una etiqueta tan ambigua como la música que hace este hombre nacido en 1968, en el norte de Francia.

Yo lo descubrí el otoño pasado gracias al lanzamiento de su penúltima producción titulada Philippe Katerine. Sin haber escuchado jamás de él, la portada me pareció extrañísima pues muestra a un hombre medio calvo y un tanto obeso, con un rostro singular y un tanto estúpido, acompañado de una pareja de “edad”, todos en pose de retrato familiar. Y es que en verdad ese hombre y mujer en el fondo son su padre y madre, quienes lo acompañan en la canción Il veut faire un film (Él quiere hacer una película).

Al empezar la experiencia sonora, no pude evitar el sonreír por la sencillez de las canciones. Títulos como Bla bla bla –que habla de gente parloteando nomás bla bla bla- o Música de computadora –Katerine tarareando el “tema” de cierre de sesión de Windows, súbita y hermosamente acompañado de coros e instrumentos de cuerda, los cuales dan vuelta a nuestras expectativas- son sólo algunos ejemplos de su mezcla de extrema sencillez que roza en lo infantil. En cualquier caso, sea que se burle de nosotros o le ponga enjundia a su música, el resultado se expresa siempre en una sonrisa.

Sin embargo, no todos sus trabajos tienen esa alegría y ligereza, aunque todos poseen la misma excentricidad y provocación. El sonido general de su álbum de 2005, Robots après tout (Robots después de todo) es más oscuro y electrónico, como en el caso de Numéros (Números) cuya melodía sirve para vestir letras que en principio parecen absurdas, en este caso su obsesión por la muerte y su predilección por “los perros que dan miedo”. La ventaja para el escucha que no comprende francés (o que no pone atención a la letra) es que la interpretación y la melodía son suficientes para atrapar la atención.

En Le 20.04.2005, otro título de ese mismo disco, Katerine relata la ocasión en que se cruzó con Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, partido de ultraderecha que en los últimos años ha alcanzado niveles de popularidad importantes. La historia, que más que cantada es recitada, posee una musicalización monótona y de tonos industriales, la cual transmite la angustia del artista y de muchos franceses que ven en ese partido y en Le Pen un peligro para su país; algo así como un Hitler con piel de mujer… ¡y rubia!

Las opiniones entre prensa y público en su país natal son diversas, como apunté desde un principio. Mientras que algunos consideran que su aspecto a veces andrógino y su música comúnmente absurda esconden reflexiones e ideas audaces, otros más creen que se está burlando descaradamente de todo mundo.

Genio o bufón, algunos de sus títulos han alcanzado notoriedad, ya sea en la lista de éxitos y/o en las boîtes de nuit o antros, como el famoso Louxor j’adore (Louxor me encanta), y de forma más reciente La Banane (El plátano), contenida en su mencionado álbum homónimo.

En concreto, si buscan un artista tradicional que desde el primer acorde los enganche, nuestro regordete Katerine no es la opción adecuada. Sin embargo, si les gusta una propuesta dinámica, a veces lúdica y a veces densa, van por buen camino. Y si el francés no es su idioma, el primer acercamiento recomendado es a través de cualquier título de Philippe Katerine, cuyas letras sencillas eventualmente pueden ser traducidas y disfrutadas en toda su absurdez.

Esto es todo por hoy. Nos leemos y escuchamos en el siguiente Cocorico.

 

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