domingo, 6 de junio de 2010

¡Explosivo! Charly García en Puebla


Foto: Wendy Pardo/Subterraneos

¡Explosivo!
Sofía Sambrano

El concierto estuvo intenso. Los guitarristas se desdoblaban cuerdas en mano y, así, desde un ángulo a otro soltaban sus tonos graves, agudos, punzantes. Charly, unas veces al piano, otras de pie, al filo del escenario lanzaba sus letras muy lejos y, de momento, las dejaba caer cual kamikaze del rock. Entonces, le hacíamos segunda: despegábamos las alas y mandábamos de avanzada el grito con su fuerza de joven implacable. La noche rodó, rodó. La voz de la corista envolvió a los músicos y les puso un moño pirotécnico que los catapultó sobre el firmamento. Pedazos aquí y allá traspasaron los corazones de los observantes. Luego nos hicimos luz y nos estrellamos contra la noche que no dejaba de alumbrar. Las horas húmedas, cálidas se habían sentado en la explanada del Complejo Universitario para presenciar por fin el placer de los hombres en movimiento sonoro. Hora y media, el cielo nos tuvo esperando. Se le ocurrió que esa tarde bajaría caudal al galope. El agua se infiltraba entre los refugiados que bajo una carpa planeaban dar un salto en tren o en avión luego de que Charly encendiera todas las luces. El agua seguía cayendo, empujando el escenario sin mayor contemplación. Los instrumentos yacían bajo las lonas esperando la serenidad de la tierra. Charly y su equipo pedían un poco de paciencia. Y los cuerpos de los ávidos de fuego esperábamos, departíamos, almacenábamos más ansias para la sorpresa. El momento llegó: una canción, otra. Yo cerraba en ratos los ojos y, entre el ir y venir de mi mirada, la silueta del guitarrista cual figura despuntando en cabellos a la Maradona agitaba implacable la electricidad de las notas. Me dejaba engullir en un torbellino harto caliente, harto sonoro, violeta, fucsia, amarillo, rojo, todos en uno mientras mis pies se levantaban al vuelo con la urgencia de mi sangre en ebullición. La cabeza insistía, las manos llegaban más alto, se empuñaban, chocaban entre sí, dejaban constancia de que aquello debía despegar hacia el infinito y más acá. Mi sonrisa se expandía al ritmo de un alma ensanchada de vida, al libre giro del delirio. A tres metros, las bocinas; a cuatro, los artistas. La proximidad prendía fuego a los sentidos tan dispuestos a arrasarlo todo.

Música al viento, Charly aseguraba: Soy el que cierra y el que apaga la luz. El anuncio se hizo patente. El escenario quedó a oscuras y todos ahí dieron media vuelta, hasta nunca. Pero, ¡Chaaarlyyy, Chaaarlyyy, Chaaarlyyy…! ¡Oleeé, oleeé, oleeé, oleeé, Charlyyy, Charlyyy. Oleeé, oleeé, oleeé, oleeé, Charlyyy, Charlyyy. Oleeé, oleeé, oleeé, oleeé, Charlyyy, Charlyyy! Entonces él regresó, agradeció nuevamente, y todos otra vez incendiando la noche, y, así, dos canciones más. Luego, sólo fue sentir cómo el aire fresco secaba apurado mi blusa empapada en sudor. Así, un 27 de mayo, en pleno FIP, me crecí y compartí el fuego de una noche de verano en Puebla y Charly García.

PD: Nunca he sido tan feliz como en estos días y aquellos otros en que he ocupado sólo diez pesos de mi bolsillo

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